sábado, 26 de enero de 2008

Un pincel dibuja los pasos

Un pincel dibuja los pasos,
que desfilan de a ratos.
El pincel dibujar puede,
un camino sobre las paredes.

Un pincel enorme y redondo
me despierta entre sueños,
apresuro mis piés,
y puedo,
brillar del revés.

Destellos de luz aparecen,
en los colores de mi mente.
Apresuro tus piés,
y veo,
la senda de
los gigantes.

martes, 15 de enero de 2008

Ensueño en un pañuelo

Sobrecaía sobre un faro, un pañuelo de color azul. Era aquel que podías darlo vuelta y se encontraba una trama de sorpresas.
La persona que entonces lo alcanzaría sería Delia Devré, una mujer de mediana edad que acostumbraba el parque por la tarde y tomar un té viendo el pequeño lago.
Delia tenía desde ese momento una afinidad por los pañuelos, cada vez que veía uno se deslumbraba y asomaba su pequeña nariz para ver si tendrían perfume.
Los pañuelos que Delia coleccionaba, si es la palabra correcta, eran pequeños y livianos, los encontraba cada vez que iba al parque, en el mismo farol que pronto levantaba sus luces.
Al llegar a su casa, Delia examinaba el pañuelo y, en el caso de que tuviera perfume, lo colgaba en la antigua ventana y dejaba que el aire rociara con aroma a cítricos su hogar.
Por la noche, acostumbraba a usar un pañuelo como mantel (ella vivía sola, no necesitaba algo muy grande). Luego lo doblaba ordenadamente y lo guardaba en su armario, especial para su tesoro.
Una mañana, Delia cocinaba su almuerzo cuando escuchó que golpeaban la puerta. Era raro que por la mañana alguien fuera, no recibía muchas visitas. Tanto era su ansiedad que no encontraba las llaves, y del otro lado seguían golpeando.
Cuando al fin pudo abrir la puerta se encontró con un pañuelo. Qué casualidad la suya, el mundo se le estaba haciendo un pañuelo de tanto coleccionarlos.
Lo que Delia no sabía era que a las 5 de la tarde, Juan, una persona de mediana edad, paseaba a su perro por el parque. Él era un poco despistado y al salir colocaba su pañuelo a medias y el viento siempre se lo llevaba. Claro está que no tenía una mujer que le llamara la atención por ello.
Juan era un poco distraído en esas cosas. Le ansiaba tanto ver el paisaje que no pensaba mucho en lo que se ponía. Indistintamente siempre salía coqueto, sus ojos celestes no eran más que dos mundos latentes esperando que alguien lo descubriera.
Delia no conocía a Juan, pero él la había conocido la tarde anterior. Era como si las flores, los árboles y hasta el lago del parque se hubiesen desprendido del suelo para solo quedar Delia en escena, esa mujer que tomaba té a la orilla del lago acompañada por un mantel rojo y blanco cuadrillé.
Juan la observaba en el momento exacto de tomar un sorbo. Se sintió tan lleno de felicidad que una sonrisa surgía en su corazón. En el momento que su perro lo tironeaba, y su utopía se desprendía de repente.
Juan se había enamorado. Por primera vez.
Al día siguiente, él no tenía más remedio que pensar como conquistarla, temprano por la mañana salía a comprar unas flores, llenas de color y primavera.
Ahí se marchaba otra vez, su pañuelo azul con perfume….
Lo que no sabía era que cuando volviese por ese mismo camino se daría cuenta finalmente que perdía su pañuelo porque no lo ajustaba bien a su bolsillo. En ese momento se detuvo en frente de una casa muy aseñorada, de color verde.
Vio entonces a una joven pasar a su casa cuando se le ocurrió que ella podría haber visto su pañuelo en el camino. Le gritó, tímidamente, pues no le gustaba que los vecinos lo miraran mal por alguna actitud tonta.
La joven con suerte se dio vuelta para atenderlo. Y con qué más suerte que ella tenía su pañuelo. Pues la casualidades no existen, la mujer era la preciosa joven que había visto en el parque, que había hecho que su mundo flotara de por sí en un segundo.
Delia tenía su pañuelo. Juan tenía un ramo de flores. Delia atendió al muchacho. El muchacho le agradeció que tomara su pañuelo. Delia le dijo de nada. Juan tenía un ramo de flores. Delia miró sus ojos celestes. Juan se cuestionaba si era el momento para regalar flores. Delia miraba el ramo de flores. Juan dudaba. Delia le quería decir que tenía todos sus pañuelos, guardados meticulosamente. Juan le quería decir que estaba enamorado. Delia se estaba enamorando. Juan le dijo muchas gracias. Y se fue.













Delia no volvió más al parque, los pañuelos ya no se perderían.
Juan no volvió más al parque, no se animaba a conquistarla,
Tuvo miedo de que su mundo cambiara.
Tiró las flores.
En un placard.
Hasta que,
se marchitaran.

lunes, 7 de enero de 2008

cajones para desayunar


abriendo los cajones
me encontre un flor
era de años anteriores
nuestro amor estaba mejor.

cirzando nuevas telas
de este cajon.
espero poder saborear
los tés, de mejor manera

cuando perdura un flor,
mueren los olvidos.
y lo que cose tu boca
esta en tu recuerdo.

las llaves guradadas
en el ropero aquel.
silabas zigzagueantes
vuelan en mi cabeza.

domingo, 6 de enero de 2008

cortaste las flores del jardín
cerraste la puerta con llave,
y me dejaste adentro.











voy a necesitar mucho papel para desahogarme

viernes, 4 de enero de 2008

Cosiendo los hilos del té,
mojar los recuerdos no es difícil.
En un instante más creeré,
que el sol me quita la soledad hostil.
y aveces duele
y aveces duele
y aveces duele
no ser la perfecta mujer.